24.03.2015
Shabu tiene cosas que hacer en casa y me deja con Duaya, su
madre, porque, como os he dicho antes, procuran que yo siempre esté acompañado.
Duaya se ha puesto nila en la cara para que su piel se
aclare. Al parecer, esta sustancia gris-azulada afecta a la melanina. Me acerco con ella a la mezquita del barrio
que hace tiempo quiero dibujar. Me gusta su sencillez, la tosquedad de su
alminar, acostumbrado a ver esas
mezquitas-monumento, cuando viajo.
Tenemos la suerte de coincidir, al lado, con una reunión en
la colorida gaitun de Sukena, la jefa
de la comisión. Una buena representación de mujeres discute semanalmente los
asuntos del barrio.
No muy lejos está la escuela de Jalima y Aziza, las dos
hermanas pequeñas de Shabu, y me acerco con Duaya a dibujarla porque me encanta
la composición que forma la escuela con la carnicería de camello que hay en la
colina del fondo. Esa tiendita en la colina
es de lo más curioso.
Por la tarde me Sidahmet, hermano de Shabu, me acerca a la
Escuela Saharaui de Artes, antes de aparcar su improvisado taxi en la zona del
mercado. Sidahmet acabó recientemente su trabajo en el ejército y ahora, como
muchos, recurre a su viejo mercedes para ganarse un dinero.
He perdido la oportunidad de hacer un reportaje de la
Escuela, porque estos días empezaron las vacaciones de primavera y casi no hay
actividad. Pero está Isidro
López-Aparicio con un grupo de realizadores, que preparan un documental
sobre los saharauis afectados por explosiones de minas. También mi colega Javier Arango repasa un trabajo final con una alumna. Y conozco a Abdala, un
revolucionario que proclama la acción no violenta como forma de reivindicación
y cree fundamental recuperar y actualizar las tradiciones de su pueblo para
conservar su identidad. Lamento tener que volver a casa por la hora, porque su
conversación es de lo mejor.
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