28/02/2015
Ahmet, el padre de Shabu, celebra mi llegada matando un cabritillo.
Aunque soy medio vegetariano, agradezco mucho el honor que me rinden y asisto a
la matanza. Hay que echar a un lado los escrúpulos de quienes, como yo, como
nosotros, vivimos con la sensación de que lo que no se ve no existe. Un
refinamiento hipócrita. Ahmet sujeta al cabrito mientras lo degüella de un tajo
y el animal se revuelve durante un minuto escaso. Jamudi ayuda a sostenerlo y Aziza limpia las paredes
salpicadas de sangre. Mientras lo
desollan, observo el vacío en su expresión. No hay rastro de pánico. Ni
siquiera de dolor. Solo la huella de la agonía, de la vida que se escapa y que
poco a poco, deja un semblante neutro, atónito. Estoy muy conmocionado, pero no
siento horror, no tengo mala conciencia y sí una gran compasión. Hay mucha
verdad en este acto sencillo y aquí, en el desierto, necesario.
Se vive la escena con tus dibujos, buenísimos !!!!
ResponderEliminarAsistí a una ceremonia similar en Malí, comparto tus sensaciones.
Qué bien Marisa! Sí, es fuerte pero de vez en cuando es bueno recordar cómo es la verdad de las cosas.
ResponderEliminarno tengo palabras para transmitir lo que me emocioné con la veracidad del retrato, la expresión del cabrito está que no sé que decir. Javier tu no quedes muy convencido con lo que te voy a decir pero lo que sentí al ver este retrato fue lo mismo que cando vi los dibujos del caballo de Picasso para Guernica.
ResponderEliminarMuchísimas gracias Ana. Es muy grande saber que llegan las cosas que siento. Sí, le dí muchas vueltas al dibujo, pero tenía clavada la expresión del cabrito en mi cabeza y no paré hasta que la vi en el papel. Bueno, lo de Picasso, qué mas quisiera yo, pero lo importante es que, de una u otra forma, podamos dejar huella de nuestra verdad.
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